La sociedad y sus normas
de buen comportamiento nos indujeron a pensar que dar espacio al otro en
las relaciones amorosas era símbolo de comprensión y madurez. De esta
forma hombres y mujeres que actúan de acuerdo a esta norma son
premiados socialmente y logran escalar en su entorno como figuras
destacables, siendo bautizados como novios, maridos y esposas ideales. Pero
esta norma parece ser solo un truco social para ocultar el instinto
posesivo que subyace en el corazón humano. Esta regla pretende alejar a
las personas de su esencia, castigándolas y adjudicando adjetivos como obsesivo, celoso o enfermizo a acciones que por instinto y reflejo intentan restaurar algo primitivo que late en el
corazón de todos nosotros.
Restaurar
la posesividad en el corazón humano no significa volverse loco y querer
estrujar y controlar totalmente a la pareja sino que implica algo mucho más profundo y sensible. Lo esencial es comprender que cuando
activas aquel aspecto posesivo dentro de tu corazón lo que realmente
estás haciendo es activar al mismo tiempo el concepto de profundo valor que das a las cosas y personas que amas. Este aspecto posesivo tan maltratado por los defensores a ultranza de la libertad en realidad
constituye el pilar fundamental del amor más grande de todos y que es aquel que se adhiere a lo que ama por toda la eternidad. Esto es un sentimiento incondicional que se funde en
un éxtasis divino con el otro sin permitir espacio ni distancia alguna
en la pareja.
Es curioso darse cuenta cómo el aspecto que más nos une es a la vez uno de los más castigados, como si alguien en algún lugar intentase
separarnos de manera muy astuta y por todos los medios posibles haciéndonos sentir culpables por querer fundirnos con el otro. Como si alguien nos prohibiera mirar el concepto de pareja
como una totalidad en donde la libertad no existe porque no la
necesitamos. Nos hemos prohibido sentir ese amor posesivo y nos negamos a ser consumidos por
la pasión que pide a gritos la fusión con el otro de aquí a la eternidad y en perfecta
comunión con el valor que damos a aquello que poseemos.
Poseer mirado desde una nueva perspectiva deja ya de ser una actitud punible, pasando a ser nuestro derecho y gran herramienta para alcanzar
la paz que nuestra alma tanto busca. Es la posesión la que nos permite conectar con ese deseo
instintivo de unión que llevamos en el corazón y dar profundo valor
amoroso a lo que elegimos. Cuando comprendemos esta nueva visión algo
dentro de nosotros se permite ser poseído y al mismo tiempo se
permite ser amado y valorado en una dimensión mucho más amplia del amor, alejada
del aspecto negativo que la sociedad le entregó, aceptando que aquello
que antes ahogaba nuestra libertad ahora se transforma en una dulce
sensación de pertenencia el uno al otro que ya inevitablemente
enamorados se han vuelto inseparables.
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Para revisar otros artículos de reflexión y desarrollo espiritual revisa la categoría de este blog en el apartado que dice Reflexión y Conciencia o bien puedes cliquear directamente AQUÍ.
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