Hoy me he pasado la mañana oyendo la música de Amy Winehouse, lo que me ha llevado a reflexionar un poco sobre su intensa y breve vida. La historia de una cantante hábil y con un registro de voz increíble que al mismo tiempo se sumergió en el mundo de las adicciones cayendo en un comportamiento autodestructivo que fue lo que finalmente le llevó a la muerte con tan solo 27 años. Una vida fugaz rodeada de fotografías escandalosas que despertaban la crítica de los medios que pese a su encantadora voz la despedazaban y la humillaban frente a una multitud que observaba todo como un gigantesco circo romano en dónde todos sabían que tarde o temprano la Winehouse caería para siempre sin ya poder levantarse. Pienso en ella escuchando su canción " You know I'm no good" (Tu sabes que no soy buena) e imagino que al momento de cantarla ella ya adivinaba su carácter y destino, como si fuera totalmente consciente del camino que su vida estaba tomando y la forma en que su sensibilidad comenzaba a transformarle en aquello que finalmente la hizo pedazos.
Amy Winehouse era como la carta de tarot La Torre, un edificio desmoronándose y cayéndose a pedazos, una estructura que es golpeada por las olas y que es acechada por rayos que parecen volarle la cabeza, esa corona que su arte le dió con esa voz que nunca se olvidará por mucho que pasen los años. Una torre como muchas torres que van de aquí por allá en la vida, cantando o no, que viven esa crisis existencial y ese vacío que suelen tener las personas muy sensibles y perfeccionistas que sueñan con un mundo mejor pero que caen rendidas frente a la crueldad o el dolor que su corazón no puede soportar. Entonces viene el acto suicida, la crisis, la enfermedad o la mala suerte con el tratamiento de la rehabilitación. Ahí se quedan a medio camino y bajo tierra artistas, pintores, músicos, cantantes y personas de a pie, hábiles y con grandes virtudes, derrumbadas como La Torre pero siempre recordadas por tener corazón, sensibilidad y arte.
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