La ciencia con corazón y el valor de las explicaciones ||




He leído burradas y quizá una de las más grandes sea aquella que señala a la ciencia como una metodología sin corazón, justificando con ello que las personas busquen respuestas en doctrinas religiosas o el misticismo clásico que envuelve al esoterismo. Obviamente no estoy en contra de la libertad de culto que todos tienen para creer en lo que les de la gana pero otra cosa muy distinta es pintar a la ciencia como el camino equivocado para encontrar satisfacción emocional y sentido. 

Evidentemente el camino de la ciencia o de la búsqueda metodológica de respuestas es algo más laborioso: no basta con sentarse, imaginar algo y creer que con eso ya hay una respuesta coherente para lo que nos sucede. Será necesario confirmar, experimentar y contrastar resultados para así verificar que la versión que estamos dando del asunto es la que más se acerca a un marco de realidad palpable. No te puedes inventar algo de la nada. Ahora bien, este proceso de razonamiento también implica poner corazón ya que aquel que se sumerge en este método tiene una inspiración por encontrar y rectificar la verdad, sintiendo también emoción al confirmar aquello. Yo mismo me he visto descubriendo los mecanismos y engranajes ocultos de esto que llamamos esoterismo y me he emocionado al ver como se abren caminos nuevos con cada descubrimiento. Es placentero y profundamente emotivo el ir más allá de la creencia para adentrarse en su explicación de la misma forma en que puede ser asombroso el mirar detrás del telón cuando has estado mirando durante tanto tiempo solo el escenario. Ver lo que hay detrás, lo que mueve y activa tus sentidos genera también un sentimiento trascendental incluso más potente que el de la mera creencia sin justificación.  Quizá esto sea porque más allá de las palabras uno descubre que aquello que imagina puede ser real y no hay mayor éxtasis en confirmar aquello con la certeza de quién ha trabajado duro para encontrar ese suceso.

A propósito cito una frase de Carl Sagan (astrofísico y divulgador científico) que leí en su libro El Mundo y sus demonios, bastante inspiradora y que encaja con esta idea que he querido exponer sobre la virtud de la ciencia con respecto al asombro y emoción que ella despierta:

Espíritu viene de la palabra latina respirar. Lo que respiramos es aire, que es realmente materia, por sutil que sea. A pesar del uso en sentido contrario, la palabra espiritual no implica necesariamente que hablemos de algo distinto de la materia (incluyendo la materia de la que está hecha el cerebro), o de algo ajeno al reino de la ciencia. En ocasiones usaré la palabra con toda libertad. La ciencia no solo es compatible con la espiritualidad sino que es una fuente de espiritualidad profunda. Cuando reconocemos nuestro lugar en una inmensidad de años luz y en el paso de las eras, cuando captamos la complicación. belleza y sutileza de la vida, la elevación de este sentimiento, la sensación combinada de regocijo y humildad, es sin duda espiritual. Así con nuestras emociones en presencia del gran arte, la música o la literatura, o ante los actos de altruismo y valentía ejemplar de Gandhi o Martin Luther King, Jr. La idea de que la ciencia y la espiritualidad se excluyen mutuamente de algún modo presta un flaco servicio a ambas.

Visto así, confundir el concepto de ciencia y reducirla solo a una fría y poco emocional explicación de la realidad, a un logro en salud o en el ámbito de la tecnología es no saber realmente el significado profundo de esta. Es demostrar ignorancia a la hora de analizar todo lo que puede sentir un investigador incansable en la búsqueda que le mueve. Es no entender que ciencia es corazón y búsqueda inspiradora de un horizonte que va más allá incluso de nuestras propias creencias. Algo que no se remonta a unos siglos atrás sino a toda la línea de evolución del ser humano en dónde siempre una pregunta nos ha animado a explicar un poco más no solo nuestro cuerpo sino el universo que nos rodea. Eso es ciencia.

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