Explicación de la película The Whale




Un hombre con obesidad mórbida se hace una paja mientras ve pornografía en un portátil ubicado en una mesita destartalada que tiene delante de él. Esa es la primera escena de la película The Whale, de Darren Aronofsky. Y es, también, la presentación de una historia que por momentos parece irregular, pero que, después de masticar varias veces, parece ofrecer una explicación a temas humanos bastante profundos.

Si me he animado a escribir esta reseña ha sido, fundamentalmente, porque creo que ninguna de las críticas y explicaciones que he leído sobre este film reflejan lo que yo he visto. Ninguna le hace justicia.

He sentido, entonces, el deber de redactar mi propia explicación de la historia. Un resumen que no pretende ser el mejor ni el más adecuado. Si no aquel que llene ese agujero que queda. Como quién cauteriza una herida.


La obesidad es una metáfora



Si buscas críticas de The Whale te darás cuenta de que muchas personas se sienten ofendidas por el tratamiento repugnante que da el director al papel muy bien interpretado por Brendan Fraser de un hombre con obesidad mórbida. De hecho, muchos se quedan atrapados en ese detalle y olvidan profundizar aún más en esta historia triste, pero a la vez aleccionadora.

La obesidad aquí es un accesorio. Algo que permite exponer de manera bastante visual el daño que una persona puede llegar a hacerse a sí misma. De la misma forma en que lo haría un drogadicto, una persona que fuma cigarrillos o alguien que se mete en un pantano radiactivo sabiendo que eso tarde o temprano le matará.

De hecho, si el personaje interpretado por Brendan Fraser hubiera sido un drogadicto suicida salido de Réquiem por un sueño, lo mismo hubiera dado. El mensaje se hubiera entendido de la misma forma.

Lo que Aronofsky expresa aquí, al menos para mí, es la idea del ser humano reducido a una miseria emocional que le lleva a un proceso autodestructivo. Una herida oculta y profunda en el ser. Algo que se puede manifestar de tantas formas como imaginación podamos tener.


La hipócrita ayuda de los demás



En The Whale, el protagonista de nombre Charlie es asistido por Liz, una amiga que le cuida y regaña por las pocas ganas que tiene de ir al hospital y hacerse mirar lo que le pasa. Un problema que se proyecta en su cuerpo y que comienza afectar dramáticamente su salud, poniendo en peligro su vida.

Sin embargo, aquí podemos observar la primera señal de hipocresía de esa amistad disfrazada de compromiso solidario. La cuidadora fiel le da unos enormes botes de comida chatarra a Charlie.

Para remate de los tomates, en una escena el protagonista casi muere atragantado después de masticar un enorme bocata que le da Liz. La misma que lo rescata, saltando en su espalda para que escupa el trozo pan que le está asfixiando. Una amiga que pone en su mano la herramienta de su destrucción, pero, al mismo tiempo, le provee la salvación.


Te machaco para salvarte



La salvación y ese instinto de ayuda que tenemos los seres humanos es un tema principal en la película. Sin embargo, su concepto se presenta lleno de paradojas, como la amiga solidaria que cuida, pero al mismo tiempo acerca a la muerte a nuestro obeso protagonista.

También lo podemos ver en el personaje de Thomas, un misterioso chico convertido a la religión que siente el deber de convertir y salvar a Charlie de sus circunstancias. Un chico aparentemente bueno, moralmente superior, que está preparado para redimir al destrozado protagonista. Ofreciendo una historia de final de mundo y destrucción en donde los únicos que se salvan son los que se transforman a la fe que, por supuesto, él predica.

Poco tiempo pasa para que nos enteremos de que el muchacho poco tiene de santo y moralmente superior. Es en realidad un chico perdido que ha robado unos dineros y que está cagado de miedo por la oscura vida ausente de perdón que arrastra.

Un niño que ha decidido disfrazarse de religioso para ocultar su miseria. De la misma forma en que Charlie ha decidido disfrazarse de obeso mórbido para tapar aquello que no es capaz de asumir hasta el final de la película.


La cruel y liberadora verdad



En medio de los personajes paradójicos y contradictorios aparece uno que es pura verdad y revelación. El de Ellie, la hija de Charlie. Una chica que, vista de manera superficial, no es más que una niñata rebelde con una lengua afilada capaz de romper en pedazos el corazón de cualquier persona. Una tía mala a rabiar.

Sin embargo, hay truco. Aronofsky parece que ha querido jugar con las contradicciones. Y de la misma forma que nos presenta a personajes heridos y dignos de compasión, que a la vez ocultan mentiras y falta de responsabilidad, nos presenta a otros crueles y malditos, pero con un diamante interior.

Los diálogos más repulsivos e hirientes de la película vienen de Ellie. Hacia su padre y hacia el mundo en general.

Más de alguna persona que vea la película sentirá ganas de darle una bofetada a la muchacha. Por su atrevimiento maligno y lleno de alevosía. Sin embargo, para mí, ella es la verdadera salvación de Charlie.

No por nada, nuestro autodestructivo protagonista lee una y otra vez una redacción hecha por su hija. Una reseña de un libro escrita de forma honesta y directa, que se pasa por el culo las típicas convenciones de la redacción.

Y mira tú por donde. Nuestro protagonista es un profesor que da clases sobre redacción y está empeñado en que sus alumnos escriban textos reales y originales. Contenido que rompa el convencionalismo y que ofrezca una voz honesta de todo. Justamente aquello que admira profundamente en el texto de su hija.

Esa redacción esencial, escrita por la criatura cruel y abominable de su hija, es al mismo tiempo el alivio de Charlie. Algo que, por supuesto, él intuye y admira. Sabiendo, incluso, que esa verdad es la que expone su propia mierda oculta detrás de una apariencia destrozada y en luto.



Mi ida de olla personal




Creo que en The Whale, Aronofsky intenta exponer el valor de la honestidad más allá de los consensos sociales. Algo peligroso en una época de cancelaciones y personas de cristal a las que todo les ofende.

Una época en donde Charlie sería expuesto como una víctima inocente, atacada por un mal que no merece y su hija, una hija de la gran puta que ha abierto una herida que nadie quiere abrir.

Pero hay que abrir la herida. Porque ha cicatrizado mal y oculta debajo una espina que perfora el centro del ser.

Una verdad invisible y abstracta que todos sentimos y que nadie quiere nombrar. Que tiene que ver con la forma en que el hijo de puta que llevamos dentro nos sabotea y se ríe de nosotros mismos. Ofreciendo un discurso victimista que oculta el sadismo y profunda crueldad que nos lleva a matarnos, emocional y físicamente, de las formas más retorcidas que puedan existir.

Un discurso débil y penoso que señala como verdugos a Ellie y cualquier otra persona que nos diga la cruda verdad. Un discurso que, en apariencia, es frágil, pero que se ha vuelto incluso más fuerte y astuto que la propia verdad. Porque es capaz de ocultar la luz de los hechos con un manto de lacrimógena lamentación.

No. The Whale no habla de la gordura. Habla de las historias que nos contamos a nosotros mismos, aderezadas con lamentación y pena. Una tristeza impostada que durante años vamos puliendo para hacer nuestro discurso más creíble que la propia verdad. Algo que hacemos tan bien que, tarde o temprano, nos hace olvidar las causas reales de nuestros dolores y sufrimientos.

Un teatro en donde el religioso de turno no es más que un impostor asustado y la amiga solidaria una asesina más.

Una ceremonia en donde el hombre mórbido es un ser irresponsable que en vez de decir lo siento tantas veces, debe aceptar que es un padre de mierda. Un escenario en donde la hija cruel es la verdad. El motor para que Charlie haga el gran gesto de voluntad para alcanzar los brazos de su primogénita y encontrar en ello la liberación del peso que no es físico, sino emocional.


20¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! 21 ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! 22 ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; 23 los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!

 

 




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Imagen de portada:
The Whale


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